(publicado en el Boletín del Observatorio de Actualidad de la PUCP - Julio 2014)
En el cuarto de siglo
transcurrido desde la Caída del Muro de Berlín, los Estados Unidos han pasado
de ser la superpotencia solitaria con vocación de policía mundial a un hegemón
que lo piensa dos veces antes de serlo. En los últimos años, la idea de un
repliegue de la política exterior de los EEUU dejó de ser un ejercicio
especulativo y pasó a ser considerado por varios flancos como algo visible. ¿Es
factible hablar de este repliegue como un fenómeno en curso? Para evaluarlo es
necesario considerar tres pilares del poder internacional norteamericano: poder
blando o soft power, poder económico
y poder militar.
El soft power, en el caso de un hegemón, permite ser obedecido más por
“amor al príncipe” que por temor, en términos de Maquiavelo. Esto ayudó visiblemente
a desmoronar la Cortina de Hierro y permitir que los países del Pacto de
Varsovia desertaran a la OTAN, la alianza contra la cual se definían. En su
apogeo logró la mayor coalición de países aliados e incluso rivales en los
primeros meses posteriores al ataque terrorista del 11-S en 2001. Sin embargo
la invasión a Irak en 2003 usando pobres excusas, dilapidó mucho de este
capital diplomático e institucional.
El poder económico norteamericano
ha visto disminuir la ventaja que contaba frente a otros países, no solo el
competidor más visible que es China, sino ante diversos aspirantes a decisores
regionales como India, Brasil o la reactivada Rusia. Las sanciones son cada vez
más costosas de usar ante el empoderamiento en este nivel de los demás países.
La crisis económica de 2008 que golpeó a Occidente no hizo más que reducir el
margen y el consenso para aplicarlas sin afectar la economía doméstica.
El poder militar norteamericano ocupa
desde la caída de la URSS un lugar dominante en comparación con el resto de
países. Se tiene que considerar además del presupuesto en este rubro, mayor que
el gasto militar de los siguientes 15 países, la avanzada tecnología y los enclaves
geográficos estratégicos. Pero mantener una ocupación terrestre sigue siendo
una operación con un costo humano que hace titubear en el frente interno.
Escenarios montañosos como el de Afganistán o geografías donde se pateó el
avispero de conflictos históricos como el Irak de sunníes, chiíes y kurdos pasaron
a una fase de entrampamiento. La fuerza militar sin objetivos claramente
cumplidos pasa así a solo ser un factor debilitante del poder económico, tanto
por operaciones prolongadas como por la proyección global de éstas. Además, el
uso constante o poco articulado de este recurso también tiene un considerable
costo en soft power.
Visto el estado de estos tres
pilares, podemos evaluar en un resumido sobrevuelo todas las áreas donde el
poder norteamericano ha disminuido respecto a su situación inmediata posterior
al fin de la Guerra Fría:
- Latinoamérica: la influencia
norteamericana sigue siendo considerable, pero los distintos proyectos de
hegemonía regional de Brasil y Venezuela, junto con el creciente protagonismo
de China han hecho retroceder varios espacios al “dueño del patio trasero”.
- Europa: aunque sigue conformada
por algunos de los aliados más firmes, la invasión de Irak dañó definitivamente
la percepción en la opinión pública en países como Francia y Alemania. La
expansión de la OTAN en Europa del Este incluyó hasta las ex repúblicas
soviéticas del Báltico, pero encontró la resistencia rusa efectiva en Georgia y,
años después, Ucrania.
- Medio Oriente: La población
árabe se sintió confrontada directamente con los EEUU a causa de su retaliación
contra la supuesta presencia de Al Qaeda en Irak, junto a una poco solapada
anuencia a los halcones en Israel. A la vez su apoyo a la fallida primavera
árabe supuso el cambio de autocracias en países árabes como Egipto, Libia o
Siria, por una dictadura más sangrienta, una nueva Somalia y una cruenta guerra
civil respectivamente.
- Africa subsahariana: el
abandono de la región fue notorio manifestado en el desinterés en el genocidio
en Ruanda o la cruenta guerra congolesa. El fin de la misión militar en Somalia
fue seguida por la desintegración del país e incluso el resurgimiento de la
piratería naval. El vacío de poder en esta área ha sido llenado parcialmente
por China, presente en la financiación de grandes proyectos, en una política de
influencia pragmática sin importar el cariz democrático o autoritario de los
gobiernos clientes.
- Asia Central y del Sudeste: La
presencia norteamericana en Afganistán marcó el apogeo de su influencia en el
corazón continental de Asia, acercando por momentos a diversas repúblicas
exsoviéticas a la órbita norteamericana. La retirada de las tropas de los EEUU
implicará también un repliegue de una expansión máxima, insostenible y poco
fructífera. Su relación forzada con Pakistán solo puso más barreras a una
fluida relación con la potencia emergente de la zona, India.
- Asia Pacífico: A medida que la
economía de China crece, lo hace también su esfera de influencia. Australia
comenzó a inclinar su política exterior como miembro de Asia Pacífico antes que
de Occidente. Países como Japón o Filipinas se arman al desconfiar de contar
con ayuda norteamericana en caso de un conflicto de mediana intensidad con
China por islas y zonas marítimas disputadas.
Como consecuencias recientes, la
pérdida de soft power ha permitido recientemente una acción rusa exitosa para
evitar la intervención norteamericana en su aliada Siria, y la disminución de
margen de maniobra económica ha evitado fuertes sanciones a la misma Rusia por
la ocupación de Crimea y el separatismo
del este de Ucrania. Incluso en el plano militar, la amenaza del yihadismo
sunní al Irak de posguerra ya no puede ser sofocada unilateralmente sin
contemplar la colaboración con el régimen chií de Irán. Las amenazas de
conflicto sino-japonés en las islas Senkaku suceden como si la VII Flota no
fuera a intervenir.
La emergencia de China y otros
poderes regionales hacen más costosa y riesgosa una imposición unilateral que
los soslaye. La crisis económica mundial y su recuperación han dado un énfasis
a las políticas domésticas. Y las fallidas operaciones en Irak y Afganistán,
que significaron dilapidar poder económico y político, han dejado un mal sabor
de boca para todo lo que signifique una intervención militar no-vital para la
opinión pública norteamericana. Si el multilateralismo ha llegado
prematuramente y el repliegue de la política exterior de los EEUU continúa, es
casi imposible que se restrinja nuevamente a una política aislacionista
pre-Segunda Guerra. Los EEUU seguirán siendo por mucho tiempo una fuerza
determinante a nivel global, aunque los tiempos en que pueda intervenir
saltándose a las potencias regionales quizá hayan tocado a su fin.
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