Nuestros padres y abuelos, que vieron la llegada del hombre
a la Luna hace casi medio siglo, imaginaron un futuro de planetas del sistema
solar colonizados por sus hijos y nietos. De 1969 a 2014 la realidad fue que recogimos
nuestros pasos para encerrarnos en el planeta
madre y ocuparnos de las pequeñeces de nuestra comarca. Pero tras el
lanzamiento de prueba de Orion, el vehículo diseñado para llevar humanos a
Marte, algo de ese sueño renace.
Orion es parte de un plan de la NASA que incluye la visita
humana a un asteroide en la próxima década, y a Marte en los 30’s del presente
siglo. El límite de su esfuerzo, así como el que se hace en otros países, no
solo es tecnológico sino de presupuesto como reflejo del espíritu de la época.
Cuando Neil Armstrong llegó a nuestro único satélite, las computadoras disponibles
tenían menos de la centésima parte de capacidad de procesamiento de un smartphone. Pero casi cincuenta años después, con ese poder multiplicado, cambiamos
nuestra última frontera. Pasamos del espacio exterior a un meme del
ciberespacio.
La mayor parte de la energía de nuestra civilización se
destina a aumentar el poder o el margen de ganancia económica de una minoría,
que a su vez la invierte en contratar personas o sistemas que la aumenten. Cuando
con una fracción insignificante de esa energía logramos proezas como la de
poner un hombre en órbita, en la Luna, construir una estación espacial entre
países muy distintos, o encaminarnos a Marte, caben muchas preguntas ¿qué
pasaría si realmente la humanidad lo intentara destinando los recursos
adecuados?
Recientemente la India mando un satélite a Marte con menos de 100 millones de dólares, una tercera parte de lo que costó el sistema
Metropolitano de buses en Lima. Rusia mantiene el segundo programa espacial más
importante con una economía que no está entre las cinco mejores del mundo. Y la
NASA de los EEUU sobrevive a los constantes recortes de su presupuesto mientras hace
maravillas como la de hoy, en un país que perdió la ilusión espacial y dilapidó
un presupuesto cientos de veces mayor en guerras absurdas. Viajar al espacio no
parece una empresa cara en comparación con actividades humanas más vanas o abiertamente destructivas. Es cuestión de tiempo que esta verdad se haga evidente tanto en los países grandes como los que no los son. El problema es si será muy tarde cuando suceda.
Ver la gloriosa combustión de los cohetes de Orion, que le permiten
ser más fuerte que nuestra gravedad, enciende la esperanza. Cuando desaparece
del encuadre hacia lo desconocido, el cinismo se dobla y empaca para otro momento. Nuestra especie es responsable de una gran depredación del
ecosistema, pero también es la única conocida con la capacidad de llevar la
semilla de la vida y la actividad inteligente fuera de su planeta originario.
Quizá esa sea nuestra única carta de redención, y también de salvación, ante
las cuentas pendientes con nuestro planeta.
Explorar es también escapar. La aventura por nuevos rumbos
implica una retirada de los parajes usuales, de la comarca pequeña. Esa
característica permitió a la humanidad sobrevivir en muchos entornos y
multiplicar sus oportunidades de supervivencia. El camino a Marte será largo,
lleno de retos colosales y quizá de retrocesos. Pero es parte del rumbo a
seguir en el largo plazo para la diversificación de la especie humana en otros entornos.
Los monos desnudos que arrojan una lanza hacia las estrellas dependen de ello.
De otra manera, seremos un capítulo curioso y muy breve en la historia del
Universo.
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