Pocas veces se hace tan evidente la ceguera en tanto síntoma de la indigestión del poder, como en la insistencia de Alan García en proponer a Perú para las Olimpiadas, ahora para el 2020. Ya he tocado lo que opino del tema anteriormente, y lamento que esta reiteración evidencie no solo la megalomanía de nuestro Presidente, sino la inexistencia de elementos en los altos cuadros del gobierno que hagan público su desacuerdo con la medida.
Lo que ha llamado mi atención es el argumento extra que añade Alan García para su insistencia sobre el tema, que dentro de toda esta demente maniobra resulta interesante:
La pregunta de si somos un Estado-Civilización, lamentablemente se contesta con un abierto NO.
La civilización andina, propia del Perú, desapareció en mayor medida por la violenta incursión de Occidente en el s.XVI, y muchos de sus elementos y forma de ver e interpretar el mundo se han perdido para siempre, constituyéndose en enigmas o piezas sueltas de rompecabezas que desconciertan aún a los expertos.
La que ocupa actualmente su lugar es un híbrido diferente, donde sobreviven algunos elementos de la vieja civilización y en la que muchos elementos claves han sido tomados de lo occidental que nos llegó vía España. Esta civilización post-andina, por llamarla de alguna manera, tampoco ocupa un lugar formativo en el Estado, aunque si tiene una influencia en mayor o menor medida en casi todos los estratos de nuestra sociedad. Si algún país ha intentado recientemente ser un Estado acorde a esta civilización, es Bolivia, pero aún al proyecto de Evo Morales difícilmente se le puede llamar Estado-Civilización, y además, es una pena, le va mal en este experimento.
El aparato virreinal fue construído superpuesto sobre lo andino y su herencia, de forma igual que la República, idea moderna y absolutamente occidental. A pesar que el Perú es un estado que ha importado todas sus instituciones de Europa y EEUU, tampoco es Occidente. Pero por lo occidental tampoco es post-andino.
Es decir, no somos nada definido.
Antes que Estado-Civilización, somos una sopa contradictoria y esquizofrénica: occidental cuando queremos dar la cara a la APEC o la UE, andino cuando queremos que vengan turistas o tener un color en la globalización. A la vez renegamos de la herencia andina, considerada retrasada y motivo de burlas y desprecio, y junto con ello cuando visitamos Machu Picchu, vemos a gringos usando chullos, o nos encontramos con el esplendor caído de una de las pocas civilizaciones que surgieron frente a muchos problemas en América, lamentamos la Conquista y vilipendiamos nuestra parte española/occidental.
Un país que se detesta por ambos flancos, no asume ninguno, y no tiene un proyecto ni está en camino para solidificar el magma entremezclado y ardiente que bulle en su caldero, puede ser muchas cosas, menos Estado-Civilización.
Lo que ha llamado mi atención es el argumento extra que añade Alan García para su insistencia sobre el tema, que dentro de toda esta demente maniobra resulta interesante:
“Claro que el Perú va a ser, sí señor, escenario de una olimpiada, porque Perú ha sido un país de civilización, es un estado-civilización, y tiene todo el derecho de que vengan todos los pueblos de la tierra.”Antes que nada, el ser Estado-Civilización no garantiza en absoluto ser organizador de una Olimpíada. Etiopía es un reconocible Estado-Civilización (casi 2500 años con solo un hipo italiano entre 1937-1941) y el COI jamás le dará una oportunidad. Argumento descartado.
La pregunta de si somos un Estado-Civilización, lamentablemente se contesta con un abierto NO.
La civilización andina, propia del Perú, desapareció en mayor medida por la violenta incursión de Occidente en el s.XVI, y muchos de sus elementos y forma de ver e interpretar el mundo se han perdido para siempre, constituyéndose en enigmas o piezas sueltas de rompecabezas que desconciertan aún a los expertos.
La que ocupa actualmente su lugar es un híbrido diferente, donde sobreviven algunos elementos de la vieja civilización y en la que muchos elementos claves han sido tomados de lo occidental que nos llegó vía España. Esta civilización post-andina, por llamarla de alguna manera, tampoco ocupa un lugar formativo en el Estado, aunque si tiene una influencia en mayor o menor medida en casi todos los estratos de nuestra sociedad. Si algún país ha intentado recientemente ser un Estado acorde a esta civilización, es Bolivia, pero aún al proyecto de Evo Morales difícilmente se le puede llamar Estado-Civilización, y además, es una pena, le va mal en este experimento.
El aparato virreinal fue construído superpuesto sobre lo andino y su herencia, de forma igual que la República, idea moderna y absolutamente occidental. A pesar que el Perú es un estado que ha importado todas sus instituciones de Europa y EEUU, tampoco es Occidente. Pero por lo occidental tampoco es post-andino.
Es decir, no somos nada definido.
Antes que Estado-Civilización, somos una sopa contradictoria y esquizofrénica: occidental cuando queremos dar la cara a la APEC o la UE, andino cuando queremos que vengan turistas o tener un color en la globalización. A la vez renegamos de la herencia andina, considerada retrasada y motivo de burlas y desprecio, y junto con ello cuando visitamos Machu Picchu, vemos a gringos usando chullos, o nos encontramos con el esplendor caído de una de las pocas civilizaciones que surgieron frente a muchos problemas en América, lamentamos la Conquista y vilipendiamos nuestra parte española/occidental.
Un país que se detesta por ambos flancos, no asume ninguno, y no tiene un proyecto ni está en camino para solidificar el magma entremezclado y ardiente que bulle en su caldero, puede ser muchas cosas, menos Estado-Civilización.